El ser humano teme profundamente relacionarse con otros, teme ser rechazado, herido, no comprendido. Quizá evitamos relacionarnos pero, sin embargo, al mismo tiempo lo anhelamos. Además somos fruto de una relación, no estaríamos aquí si no hubiera habido una relación entre nuestros padres.
En todos nosotros existe un enorme anhelo de amor y compañerismo, sin embargo las relaciones nos causan conflictos tremendos, violencia y descorazonamiento. ¿Por qué se transforma tan rápidamente en otra cosa la alegría de estar juntos caminando, compartiendo una comida, jugando o haciendo el amor? Tendríamos que comprender desde dónde surge el anhelo a estar con otro. Puede ser el temor a la soledad, a no ser amado, buscamos a alguien que llene el vacío interior, que nos haga sentir seguros. Nos sentimos inseguros de nosotros mismos y buscamos a alguien que me diga que soy atractivo, amable. Cuando alguien nos dice estas cosas, la química comienza a funcionar. Me siento vivo y anhelo estar con esa persona para poder seguir sintiéndome amado. Cuando estoy con ella, no veo a la persona real, la veo a través de la imagen ideal del compañero-a que me hace sentir vivo.
Los seres humanos nos hacemos esto durante el cortejo. En estos momentos damos lo mejor, le decimos al otro lo que percibimos que el otro desea escuchar. Somos como pájaros desplegando sus plumas mas brillantes, pero los animales dan por terminado el cortejo cuando la estación de apareamiento termina, y todo vuelve a la normalidad. Esto no sucede con los seres humanos, para nosotros la estación continúa.
Primero proyectamos nuestra propia imagen en la otra persona y luego nos relacionamos con la imagen que hemos creado de ella. Si decidimos vivir juntos, en la vida cotidiana las cosas comienzan a cambiar; podemos ver que el otro tiene hábitos y rigideces, y descubrimos que el comportamiento del cortejo no es la base que se construye en la relación. Al habituarnos al otro, quizás nos empieza a resultar aburrido e incluso iniciemos el cortejo con algún otro.
Cuando el cortejo se desgasta, el compañero-a empezará cada vez más a disparar memorias e historias de otras personas: mamá, papá, algún estereotipo femenino o masculino, figuras dominantes o autoritarias. En nuestra mente comienza a surgir la memoria de relaciones pasadas y todo lo que sucede en la relación actual se interpreta de acuerdo con la experiencias de vida no digeridas. Así que ya no estamos juntos de manera fresca y espontánea, sino que ambos reaccionamos a través del filtro de las experiencias de vida no digeridas.
En la infancia, nuestros padres nos castigaban privándonos de lo que mas necesitábamos para sobrevivir: amor incondicional. Para conseguirlo la mayoría de nosotros ha tolerado mucho de nuestros padres. Ahora, de repente, en la relación con nuestra pareja nos recuerda a uno de nuestros padres, se nos despiertan antiguos temores, ira y deseo de venganza almacenados y escondidos. Quizás digamos cosas que no nos atrevimos a decir a nuestros padres porque ellos eran más poderosos que nosotros. Quizás nos enfademos con la pareja porque trata de decirnos o nos dice lo que tenemos que hacer. Todo esto es confuso porque no tenemos claridad acerca de qué es recuerdo, qué son historias, qué es pasado y qué sucede ahora.
Todos reaccionamos la mayor parte del tiempo de acuerdo con los patrones condicionados. Creemos que estamos respondiendo consciente y espontáneamente a la situación actual, pero no es así. Constantemente se activan y proyectan historias de programas almacenados desde nuestra infancia con sus sentimientos y emociones asociados. Lo que se relaciona son nuestras historias.
Todos tenemos necesidades físicas y psicológicas de ser tocados, cuidados, consolados, amados. Y estas necesidades muchas veces no se combinan con las del otro. Y el resultado es fricciones, desilusión, alejamiento, separación y, quizá, buscar otras relaciones. Por lo general, nuestra reacción es tratar de cambiar al otro para poder vivir con él o ella y que nos satisfaga plenamente. Eso es lo que alguna vez nos hicieron: si te portas bien, mamá y papá te querrán. Constantemente nos decían qué debíamos hacer para preservar la paz de la familia. Nuestros padres nunca se preguntaban qué podían hacer ellos, al menos no en nuestra presencia. Nosotros creíamos que lo sabían todo, que ellos siempre tenían razón y nosotros estábamos siempre equivocados. De ese modo, desde la infancia se programó en nuestros cerebros y nuestro cuerpo ideas e imágenes acerca de nosotros y los demás (si somos buenos o malos, amables o inútiles). Y estos programas actúan ahora activamente en lo que llamamos nuestra relación.
¿Podemos darnos cuenta de lo que está sucediendo? No somos nuestros programas, ellos están en nosotros pero no es lo que somos. Es la atención, el darse cuenta, lo que aclara sin juicio. Con atención puede haber expansión y liberación del pasado. Entonces, ya no son historias las que se relacionan, sino seres que son amor. Eso es la No-Relación.
Amor
Carles