Estar libre de uno mismo, es la iluminación.
La forma humana es un microcosmos del universo. Todo cuanto supuestamente existe fuera de nosotros existe, en realidad, en nosotros. El mundo está en ti y tu eres el mundo. Entones, ¿qué es este tú?
Como seres humanos relacionados con todo, debemos estar primero relacionados con nosotros mismos. No podemos entender, amar y recibir a los demás sin, en primer lugar, conocernos y amarnos a nosotros mismos. Generalmente, sin embargo, pasamos nuestras vidas enteras dedicados a lo que evidentemente está fuera de nosotros sin mirar jamás a lo que está más cercano. No dedicamos tiempo alguno a la lectura cuidadosa de nuestro propio libro, de nuestras reacciones, resistencias, tensiones, estados emocionales, tensiones físicas y todo lo demás. Esta lectura no requiere sistema alguno ni tiempo especialmente asignado a la escucha. Implica solamente escucharse a sí mismo durante el día sin la habitual identificación con un centro de referencia individual, una imagen de yo, una personalidad, unos programas.
Nos escuchamos a nosotros mismos al aceptar los hechos como son sin acuerdo, desacuerdo o conclusión. No se trata de una aceptación mental, de una aceptación de ideas, sino de algo completamente práctico, funcional, siente. Sólo requiere estar alerta. La atención Abierta. Vemos la situación y, al mismo tiempo, vemos cómo ésta hace eco en nosotros como sensacion y pensamiento. En otras palabras, los hechos de una situación deben incluir nuestras propias reacciones. Nos quedamos en el proceso, libres de juicio, interpretación y evaluación, únicamente atentos, en diferentes momentos del día, a nuestro terreno psicológico, intelectual y físico. No existe motivo alguno ni interferencia de un yo, ni deseo de cambiar, crecer o llegar a ser diferente. La aceptación. No hay necesidad de optar por un nuevo modo de vida que, inevitablemente, se convierte en un sistema como otro cualquiera. Cuando la atención es abierta, en un principio hay observación del así llamado mundo exterior pero con en los movimientos internos. Después, estos movimientos, los gustos y los disgustos, se convierten a su vez en el objeto de exploración, escucha. De este modo llegamos a intimar más con nosotros mismos, nos hacemos más conscientes de cómo funcionamos de momento a momento en la vida diaria. Cuando somos exploradores, el verdadero escuchar aparece automáticamente y en escuchar hay apertura, receptividad. La exploración nunca se convierte en una fijación con una meta a alcanzar. Permanece como una bienvenida que aporta originalidad y vida a cada momento.
Muchas terapias nos dicen que nos aceptemos a nosotros mismos pero esta aceptación psicológica, a través de diversos tipos de análisis, se refiere siempre a un centro individual. En tanto que la idea del individuo permanece, hay un motivo escondido en la aceptación. No es una aceptación incondicional sino que está basada en un objetivo, una comparación, y siempre contiene un elemento de resignación. La psicología cree en la existencia del ego y su tarea consiste en hacer éste más cómodo, fuerte e integrado. El que podamos organizar nuestra vida de manera más satisfactoria ya es algo, pero no puede haber jamás una vía que nos lleve más allá de lo conocido y ahí no hay expansión posible. Estos procesos nos mantienen interesados en el objeto por sutil que éste pueda llegar a ser. En la aceptación, el énfasis no está en lo que aceptamos sino en la aceptación misma. Nada hay para intentar añadir o quitar de la vida que estás viviendo. Esta requiere tan sólo estar alerta para ver los hábitos del pensamiento y el modo en que éstos nos tocan. Cuando vemos que casi toda nuestra existencia es una repetición mecánica, automáticamente salimos del modelo para entrar en la observación. Todos los intentos de cambiarnos a nosotros mismos se basan en la interpretación que supone la existencia de un intérprete pero, cuando no hay nadie para interpretar, ningún centro de referencia, el énfasis cae espontáneamente en la acción misma de tomar nota, escuchar. Es importante darse cuenta de que este observar sin un agente no es una actitud ni un estado. El objeto no es interesante. La observación en sí tiene su propio sabor y no necesita más. Es la misma apertura, o bienvenida, que constituye nuestro ser natural de cuando éramos bebes.
Para entrar en relación con uno mismo y, de este modo, con el mundo, toda interferencia debe cesar. Es el observador quien, proyectando constantemente conocimiento y deseos adquiridos, mantiene lo observado como objeto y de ese modo destruye toda verdadera comunicación, que es Amor. Con la desaparición del hábito de ser alguien que hace algo, sólo la atención abierta queda y, a la luz de ésta, se hace claro el funcionamiento de proyección. La mente recobra su sensibilidad y flexibilidad naturales y, al mismo tiempo, sentimos libertad en relación con nuestro entorno. Es en la Escucha Plena, en la que hay aceptación de ti mismo, la verdadera relación puesto que no hay otro.
Amor
Carles
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