Al yo separado le aterroriza la trascendencia, porque ella implica la muerte definitiva de su presunta existencia. Al ego le gustaría realizar este viaje por el profundo océano de lo desconocido, sin abandonar las orillas ya frecuentadas por el mundo de lo conocido donde se siente a salvo. Por eso, cuando nos adentramos en esta vasta y silenciosa región de la conciencia, sin centro ni periferia, y siente que se disuelven los estrechos límites con los que se identificaba, se estremece y retrocede espantado. En este sentido un maestro zen afirmaba: “los seres humanos evitan a toda costa abandonar sus mentes, pues tienen miedo de caer en el vacío sin tener un punto de apoyo al que agarrarse. Ignoran que en realidad, la vacuidad no es un vacío, sino el Dharma último, único y verdadero” Y otro aconsejaba: “Acércate sin temor al borde del precipicio y arrójate decididamente al abismo. Sólo podrás salir después de haber muerto”.
Quien tiene miedo a saltar al vacío es el ego, la imagen que tenemos de nosotros mismos. Porque lo único que realmente muere al adentrarnos en el abismo de lo desconocido, es la ilusoria interpretación de nuestra identidad que nos hace sentir separados del mundo que nos rodea. Por eso, en el momento que dejamos de identificarnos con este presunto yo independiente, el hecho de estar sin dualidad ya no tiene nada de espantoso. La vacuidad sólo es terrible desde el punto de vista del ego y de su deseo de permanencia como entidad aislada, pero el Ser es, simplemente, su gozosa y lúcida naturaleza eterna. Lo indiferenciado solo resulta aterrador desde la perspectiva de la personalidad, pero una vez transcendido ese enfoque ilusorio, el término abismo se desvanece. Lo que el yo relativo imagina como su ausencia, no es, en realidad, si no la presencia absoluta de la plenitud.
Sólo arrojándonos confiadamente en la insondable trascendencia del vacío, podemos descubrir la infinita riqueza de nuestra verdadera naturaleza. Sólo cuando nuestro ego se aparta, aparece el verdadero Ser. Es necesario pues, tener el coraje de enfrentarse el vacío total, de asumir la realidad sin forma y dejarse caer en el abismo de lo desconocido, sin esperar nada, sin apoyarnos en nada, sin pretender refugiarnos en alguna parte. No se trata de eliminar el sentimiento de miedo, sino de aceptarlo por completo. Al acoger plenamente la situación presente sin pretender cambiarla ni huir de ella, el ego, que no es sino un mero gesto de resistencia ante lo que sucede, desaparece instantáneamente. Y, con él, también el miedo, porque el temor sólo existe cuando el experimentador está separado de la experiencia.
AMOR
Carles
¿Cómo?
ResponderEliminarconociéndose uno mismo
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